“Hijos obedezcan a sus padres como agrada al Señor, porque esto es justo. El primer mandamiento que contiene una promesa es este: ‘Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y vivas una larga vida en la tierra’”
Efesios 6.1-3
Los hijos tienen una triple obligación hacia sus padres: Amor, reverencia y obediencia. En un sentido ellos son el principio de nuestro ser. La violación de esta ley natural está considerada como violación de la ley de Dios. El amor y la reverencia deben estar vivos y presentes durante la vida de los padres.
La obediencia cesa cuando los hijos salen de la autoridad paterna, los hijos se liberan del mando paternal cuando se emancipan legalmente, esto es cuando conforman su propio hogar o salen de casa a hacer su propia vida; mientras convivan bajo el mismo techo de sus padres se regirán por las normas establecidas por ellos. El deber de amor a los padres, fuertemente unido a la conciencia de la ley natural, está enfatizado expresamente por la ley de Dios. El cuarto Mandamiento, "Honrarás a tu padre y a tu madre", se interpreta universalmente no sólo para significar respeto y sumisión, sino también la acogida y la manifestación de afecto que merecen ellos por parte de sus hijos.
El sentimiento de afecto debe está profundamente arraigado en los hijos. El concepto cristiano de que los padres son delegados de Dios, lleva con él la inferencia de que deben ser tratados con especial respeto.
Los hijos, en tanto permanecen bajo la autoridad paterna, deben obedecer. Cuando un acto de desobediencia es calculado para dañar a los padres, o interferir seriamente en la disciplina doméstica, o poner en riesgo el bienestar material, relacional o espiritual de la familia, es considerado violación de las normas naturales y divinas.