“1 Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. 2 Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado.3 Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. 4 Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio”.
"5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. 6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. 8 Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. 9 Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí".
SALMO 51
En este Salmo, la palabra del Señor nos permite ver a un David que se asemeja a nosotros, tal vez no en lo específico de su pecado, pero si en la necesidad de confesar sus pecados, arrepentido de sus actos y buscando ser restaurado.
Quiero invitarlos para que, a través de este Altar Familiar en estos cuatro lunes del mes de noviembre, exploremos las enseñanzas que nos trae la Palabra del Señor.
¿Cuántas veces has sentido que perdiste la comunión con Dios por querer ocultar o justificar tus pecados?
En muchas ocasiones nuestros sentimientos, nuestra voluntad, nuestras emociones e intelecto nos juegan una mala pasada, y nos engañan al tratar de justificar lo que ante los ojos del Señor está mal. ¿Te ha pasado?
El pecado es un asunto complejo y por esta razón el Salmista usó ciertas palabras para describir su pecado. David llamó a sus pecados rebeliones, o transgresiones. Transgredir es sobrepasar los límites establecidos por Dios, Él ha colocado ciertos límites en esta vida, Él tiene leyes físicas, morales y espirituales y cualquiera que intente sobrepasar dichos límites, tendrá que sufrir las consecuencias.
David también llamó a su pecado iniquidad o maldad, Se trata de algo completamente malo y que no se lo puede disculpar; no se puede consentir ni tolerar.
En nuestro tiempo, tratamos de justificar toda clase de inmoralidad bajo un marco cultural, político o ideológico con el fin de ajustarlo a nuestra conveniencia, pero debemos tener claro, que solo si contamos con el discernimiento del Espíritu Santo a la luz de la Palabra del Señor, podremos identificar lo que realmente está bien y lo que está mal. David usó esta palabra (maldad), él sabía que había obrado mal, lo admitió y fue a los pies del Señor.
Tener convicción es sentir repugnancia total del pecado, cuando somos conscientes de qué tanto deshonramos a Dios; cuando somos conscientes de los daños colaterales que causa esta transgresión en mi vida y en la de mi familia; cuando tenemos la firme intención de erradicar esto de mi vida. Hermanos, quiero invitarlos para que nos acerquemos al Señor (solo usted y Él) “6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. Pidamos al Señor que quite esa venda de nuestros “ojos” que impide identificar lo que está mal en nuestra vida (mis pecados), que nos arrepintamos, como primer paso en búsqueda de nuestra restauración.
Recuerda: Al ser cristianos y creernos que “somos buenos”, hace que esta acción pueda verse como eventual, pero no es asi, es un proceso constante, donde debemos pedirle al Señor que nos “examine”, mire nuestros pecados; mire nuestras transgresiones y nos perdone.
LEER ISAÍAS 55:6-7. Hermano: Andrés Reyes