“A la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: !!Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: !Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús”.
Mateo 14:25-29
Seguramente ustedes me van a reprochar, pero quiero decir esto: A mí no me sorprende que Jesús haya caminado sobre las aguas, como se enfatiza desde el título original del pasaje bíblico (“Jesús anda sobre el mar”). Lo que verdaderamente me deja atónito y me arranca una exclamación del corazón, es que Pedro haya caminado sobre las aguas, tal y como lo hizo Jesús.
Creo que ese es un milagro aún más grande. Porque Jesús es Todopoderoso y puede hacer cualquier cosa, como tantas veces lo demostró. A eso estamos acostumbrados. Pero que un hombre pecador, llevado primero por el miedo y minutos después por un arranque de valentía, haya retado al Soberano Jesús a que le permitiera replicar la milagrosa caminata sobre el mar, eso sí que nunca se había visto.
Pedro posiblemente no sabía lo que pedía. Se lanzó a caminar como lo hubiera hecho un niño pequeño ante el llamado de su padre. Pero seguramente, tras el primer paso que dio, cayó en cuenta que estaba rompiendo varias leyes de la física. En el segundo paso razonó que su falta de santidad no le impidió ser centro y objeto de una señal milagrosa. En el tercer paso comprendió que la fe, aunque sea imperfecta o momentánea, puede rendir frutos sorprendentes. En el siguiente, meditó que hay que tener cuidado con lo que le pides a Dios, porque se puede hacer realidad. Y enseguida le vino esta claridad: que lo que estaba haciendo a la vista de sus no menos sorprendidos condiscípulos, no fue en absoluto por mérito o acción de él mismo, sino del Maravilloso Jesús, quien de la manera más natural le había dicho una sola palabra: “Ven”.
Ahora, te invito a que reflexiones: Las deudas, los fracasos, la enfermedad, la incertidumbre, los sueños y mil circunstancias más, nos llenan de pánico. Lo único que queda es caminar sobre las aguas, en fe. Y eso, queda demostrado, es perfectamente posible. El milagro puede ocurrir, si no le metes tanta razón. Solo lánzate, como Pedro. Con mentalidad de niño. No pienses si eres digno o no. No evalúes las probabilidades. Ni siquiera midas si tienes la suficiente fe. El milagro no depende de ti. Depende exclusivamente de Jesús, y Él es Dios de imposibles.