Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud.
Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad.
Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.
Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate.
Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre.
Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo.
Lucas 7:11 ss
Para Dios no hay nada imposible. Los imposibles solo existen en nuestra mente y en nuestro corazón sin fe.
La mujer y la multitud ya daban por muerto a su joven hijo. De hecho, lo llevaban a enterrar. Nadie pensaba en la posibilidad de una resurrección. Quizás no conocían a Jesús, o no creían en sus milagros, o no se sentían dignos de tal bendición. Por eso nadie le pidió nada. No hay una oración. No hay clamor. Solo lágrimas de una viuda desconsolada. La multitud en silencio simplemente se disponía a enterrar al difunto, sin más esperanza.
Es Jesús quien hace la diferencia. Su compasión, seguida de su poder en acción, cambia la historia. La resurrección surgió cuando nadie lo imaginaba. El milagro llegó, no como resultado de mucho clamarlo o esperarlo, sino como un regalo que nadie pidió. Como un favor inmerecido: pura gracia.
Así es nuestro Dios. Él nos dice: “No llores”. Y lo dice porque para él nada está muerto hasta que él lo determine. Él es el Dios poderoso, “el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Rom. 4 :17).
¿Cuáles muertos hay en tu vida? ¿Cuántas cosas has sepultado, porque las diste por muertas? Quizás ese sueño por el que te desgastaste, sin verlo convertido en realidad. Quizás ese negocio, ese viaje, ese ascenso, ese programa académico que no pudiste cursar. Acaso diste por muerta esa relación que se rompió con un ser querido.
Pero recuerda esta historia. Nada está muerto hasta que Dios lo declare muerto. Mientras tanto, aunque no lo creas, aunque no lo pidas, aunque no lo esperes, la gracia, la misericordia y el poder de Dios siguen activos. Y un día de estos podría sorprenderte con una resurrección que te hará temer, glorificar y declarar: “Dios me ha visitado”.