Las relaciones humanas, están siempre condicionadas en razón de la conducta propia y de la conducta del los demás. Siempre pensamos que la nuestra, es la conducta correcta, incluso aunque esta no lo sea, y si no lo es, nos auto justificamos enseguida dándonos nuestras propias razones, las cuales creemos son solidas para proceder como procedemos. Nuestra falta de humildad no nos permite ver otro panorama. Y lo que es peor en este proceder, es que llegamos a la conclusión que los demás actúan como nosotros actuamos. Alguien escribió Juzgar es La disposición interior del alma de una persona que determina siempre el juicio sobre las cosas o sobre los demás.
El Texto bíblico nos habla sobre los fariseos que le presentaron a Jesús a una mujer adúltera. “Mira Jesús, esta mujer ha sido sorprendida en pleno adulterio, la ley de Moisés nos dice que debemos apedrearla hasta que muera, ese debe ser su castigo.”
Los fariseos querían saber cómo procedería Jesús, si estaba de acuerdo en apedrear a la mujer o si se ponía en contra de las leyes de Moisés. Entonces Jesús inteligente mente les dijo: “Si la ley de Moisés dicta que esta mujer deba ser apedreada entonces, de entre todos ustedes que la acusan aquél que esté libre de pecado que tire la primera piedra”
Quienes acusaban a la mujer se miraron uno a otro y se fueron retirando.
Jesús volteó con la mujer y le preguntó: ¿En donde están aquellos que te acusaban?
La mujer respondió: “se han ido Señor” y Jesús le dijo, tu también vete y NO PEQUES MÁS"
En este evangelio podemos ver la Misericordia de Dios a través de su hijo Jesucristo y es que “Dios no quiere que el pecador muera, sino que se convierta” Reflexionando sobre este pasaje del evangelio podemos encontrar 3 “Personajes” principales.
Los fariseos que acusaban,
La Mujer,
Jesús
¿Con cuál de estos personajes te identificas?
Con los fariseos que acusan y juzgan a los demás.
Con la mujer adúltera que vive en pecado constante hasta que es descubierta.
Con Jesús, que sin acusar a nadie quiere dar su perdón y su amor a todo aquel que desee recibirlo
Detengámonos un momento cuando, nos demos cuenta que estamos acusando a alguien de palabra o de pensamiento, cuando estemos señalando a los demás como pecadores. Aprendamos a no juzgar a los demás y a tratar a los demás y a nosotros mismos con amor y con misericordia, así como Jesús lo hace.
Una mujer aprovechaba que su amiga había ido a visitarla para quejarse de lo sucia y descuidada que era su vecina; “Mira amiga, observa desde aquí, desde esta ventana a mi vecina, mira que sucios trae a sus hijos, y mira lo sucia que tiene su casa” Es una pena tener que vivir enfrente de esa mujer.
La amiga se acercó a la ventana, miró hacia fuera y dijo: “A mí me parece que los hijos de tu vecina y su casa están limpios. Sabes, ¡Lo que está sucio y tiene manchas son los vidrios de tu ventana a través de la que observas!.
Condenar es fácil. Tan fácil como beber un vaso de agua. Porque la sed nos lleva a buscar una bebida que nos alivie, y porque la condena, aparentemente, sirve para desahogar rencores que corroen nuestras almas, las condenas pueden ser injustas, o desproporcionadas, o amargas. La facilidad con la que juzgamos a otro como despreciable, como enemigo, como indigno, nos lleva a cometer errores graves de apreciación, nos arrastra en ocasiones a condenar a inocentes.
Por eso la invitación de Jesús sigue en pie, quizá más urgente que nunca: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá”
(Mt 7,1-2).